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En ese primer año de su reinado yo, Daniel, estaba estudiando el libro del profeta Jeremías, donde el Señor le dice a Jeremías que Jerusalén debía permanecer destruida durante setenta años. Así que rogué a Dios el Señor. Oré, ayuné y me vestí con ropas ásperas, sentándome en ceniza. Oré al Señor mi Dios y le hice esta confesión:

»“Oh Señor, tú eres un Dios grande y maravilloso; tú siempre cumples tus promesas de misericordia hacia aquellos que te aman y viven según tus instrucciones.

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